GABRIELA DEL MAR RAMÍREZ.
Según algunos estudios, las consecuencias de la actividad humana superaron la capacidad de reposición de la Tierra alrededor de 1970, y desde esa fecha la explotación de los recursos naturales no ha hecho más que aumentar, lo que ha llevado a que en la actualidad la capacidad de reposición del planeta esté siendo superada más de 50%. En otras palabras, cada año, la humanidad ocupa una vez y media la capacidad natural de la Tierra para regenerarse y mantenerse saludable.
La consecuencia es el deterioro y la destrucción de numerosos ecosistemas, la desaparición de especies y, en definitiva, la disminución de la biodiversidad de la Tierra. El cambio climático, producto de la acumulación de gases de efecto invernadero, no es más que una consecuencia de esta hiperexplotación de las capacidades del planeta.
La situación es más grave si nos percatamos de que en el planeta no existe voluntad colectiva de cambio, pues la revisión del modelo de desarrollo basado en el crecimiento económico continuo y el aumento del consumo implica transformaciones profundas en nuestra manera de vivir. Además, el sistema ecológico planetario está interrelacionado, por lo que no hay medidas de rango nacional que sirvan para revertir la situación.
Los estudios también indican que los países del Norte son los que más daño ecológico producen, mientras que los países del Sur son los que padecen las consecuencias más graves de ese deterioro. Esto implica entonces que las cargas no son iguales. Son los países llamados desarrollados los que tienen la mayor responsabilidad en la crisis y, sin embargo, son los menos ganados a asumir compromisos. Por ello, es deber de los pueblos asumir la vanguardia y presionar para el cambio. El futuro del planeta depende de ello.
Defensora del Pueblo